Llámame Consuelo
Mis abuelas se hubieran reído mucho de todo esto.
La instructora de la clase de Zumba acuática me tuvo de pie al lado de la piscina, tiritando de frío, hasta que encontró mi nombre en la lista de asistencia.
‘Que sí. Hice el booking y pagué la clase en línea. Mi apellido es Sánchez,’ le dije.
‘No hay una Elena Sánchez en la lista, sólo una Consuelo,’ respondió la instructora.
‘Sí, perdón, pusieron mi primer nombre. Ya, me pasa mucho esto.’
Elena y Consuelo no son hermanas, son la misma persona: son yo. Mejor dicho, yo soy las dos: Consuelo y Elena. Pero hay que darse cuenta. Estamos en Australia, ¿cuántas personas con el apellido Sánchez van a asistir a esta clase de zumba? Vaya idiota.
En esta etapa de mi vida, los 50 plus años, que me llamen lo que quieran… o no.
Hace 30 años, cuando mis padres decidieron emigrar a este país, recuerdo que mi nombre fue una cuestión de mucho estrés y ansiedad para mí.
Los australianos anglos no saben escribir Consuelo, ni mucho menos pronunciarlo. No, no es K-o-n-z-u-e-ll-o. No, no es un nombre griego. Por desesperación decidí dejar Consuelo atrás y usar Elena. Elena simple y sencillo. Helen, a veces, para estar más asimilada. Elena es más corto, más fácil de escribir y pronunciar, y podría ser griego, ruso o polaco. A pocos se le ocurrió que fuera español, como de España, o mexicano.
Guardé el secreto de mi nuevo nombre de mi abuela Consuelo. Cuando le escribía cartas las firmaba como Consuelo. Me daba pánico que se ofendiera porque estaba usando el nombre de mi otra abuela, la paterna, que ella tanto criticaba por ser marimandona.
A la abuela Elena le firmaba las cartas como CE para que se diera cuenta que usaba los dos nombres hasta en Australia. La abuela Elena decía que Consuelo era nombre de hippie, y la abuela Consuelo decía que Elena era nombre de monja. Mi abuela Consuelo le tenía poco respeto a las monjas.
Continué con este juego hasta que las dos fallecieron, así estaban en paz conmigo. Igual sabían que me había cambiado el nombre o lo sospechaban y continuaron con mi juego para que yo estuviera contenta. Mis dos abuelas eran muy inteligentes y tenían una personalidad enorme, por eso chocaban. No estoy segura de haber heredado estas cualidades, pero heredé sus nombres.
Hoy, que Australia es más moderna y su perfil multicultural más elevado comparado con cuando llegué, decidí que mi nombre va a ser Consuelo con la E de Elena en medio para resaltar la importancia de mi segundo nombre. Soy Consuelo E Sánchez.
Sí, es verdad que a algunos les cuesta recordarlo, escribirlo y pronunciarlo. Pero, es su problema, no el mío. La edad me ha dado valentía y este es mi nombre. Además es el nombre que aparece en todos los documentos oficiales.
Cuando mi mamá murió el nombre que mi padre puso en su tumba no fue Josefa sino Pepita, tal como fue conocida en vida. Entonces pasé noches en vela pensando en el nombre que pondrían en mi tumba. Tendré que dejarlo escrito en mi testamento para asegurarme que no van a dejar Consuelo afuera. No lo soportaría.
Pero aquí estoy otra vez, como cada semana, en la clase de Zumba. Hoy la instructora me recuerda y sonríe mirando la lista.
‘Ah sí, ¿cómo era tu nombre? Sanchez, Elena. Aquí está.’
La miro de reojo y con una gran sonrisa y delante del resto de la clase, le digo: Please, call me Consuelo.
Consuelo E Sánchez reside en Adelaide desde 1982. Se licenció y trabajó en la Universidad de Flinders desde 1987, inicialmente en el Departamento de Humanidades e Idiomas y finalmente en el Departamento de Educación, Psicología y Servicios Sociales. Colaboró muchos años en programas de radio en español y como escritora freelance para un periódico español con edición para emigrantes, escribiendo artículos sobre la comunidad de habla hispana en Sudaustralia. Le gusta escribir cuentos y micro ficción. Consuelo ganó un concurso de cuentos en los años 1990 organizado por el Club Español de Melbourne con el relato titulado ‘La casa de la abuela’.
By Consuelo E Sánchez
Issue 2 | Spring 2022